Su cuerpo apareció en la orilla de la playa, arrastrado por las olas del mar. Un mar que no quiso hacerse cargo de aquella mujer y la devolvió mansamente a tierra firme. En cuanto la vi eché a correr hacia ella, caía la tarde y no había nadie más en la playa. Mientras me acercaba a toda prisa pensé un instante en la imagen que tenía delante de mí. El sol se escapaba por el horizonte, el mar destellaba en plata y el cielo estaba tintado de mil colores, ella estaba tendida en la arena vestida enteramente de blanco, tan empapada que parecía hecha de agua, con los pies descalzos, el pelo negro chorreando y una cara angelical, como de estar en paz consigo misma. Parecía un cuadro pintado por un virtuoso. Lástima que la imagen era real y que aquella mujer podía estar muerta. Llegué a ella con la respiración agitada por el esfuerzo y puse su cuerpo boca arriba tal como me habían enseñado en las clases de salvamento, yo era titulada. Empecé a masajear su pecho con mis manos y cuando estaba a punto de abrir sus labios para insuflar aire a sus pulmones, le miré un momento a la cara: me quedé petrificada. Ella era yo. O para ser más exactos, era yo pero con unos diez años más de los quince que yo tenía. O eso o una hermana con unos genes exactos a los míos. Pero yo no tenía ninguna hermana. Que yo supiera. Aquello era de locos, pero me recompuse rápidamente y puse mis labios en aquellos labios míos. Toda yo temblaba y me sentía enferma, como si tuviera fiebre alta, y tenía la increíble sensación de que con aquel boca a boca nos estaba salvando a las dos, y que si no conseguía que ella respirara, mi cuerpo iba a quedar tendido a su lado también sin vida. Y mientras iba pasando de su boca a friccionar su pecho yo notaba que me iba quedando sin aire en los pulmones y que estaba a punto de desmayarme. Efectivamente, exhausta con la carrera, con las maniobras de salvamento, y presa de aquella turbación al encontrarme en la difícil situación de tener que salvarle a ella, de salvarme a mí misma, me desplomé encima de su cuerpo, de mí, y en el instante previo a cerrar mis ojos vi como se abrían los suyos, los míos. No sé qué vi antes, el cuerpo de aquella mujer desparramado en un punto intermedio entre las olas del mar y la playa o aquella muchacha que había echado a correr hacia ella. Antes de iniciar la carrera yo mismo, antes de sobresaltarme incluso con aquella dramática escena que había caído de pronto sobre la placidez de la tarde, me quedé maravillado por la belleza del cuadro impresionista que se presentaba ante mí. Fue un instante fugaz. Después ya estaba corriendo con el gesto de sorpresa borrándoseme de la cara y siendo substituido por el de la aceleración y conforme me acercaba a ellas por el de la preocupación. Llegué justo en el momento en que la muchacha, después de aplicarle las medidas de socorro que debió haber aprendido en algún curso, perdía el conocimiento y caía encima de aquella mujer. Llegué en el preciso instante en que la chica vestida de blanco abría los ojos. Y no era una mujer. Era un ángel. O al menos eso me pareció a mí. Su belleza, sus maravillosos ojos, su despertar a la vida, produjeron en mí un efecto tan poderoso que además de cortarme la respiración de un afilado tajo me dejaron prendado de ella, enamorado sin solución. Yo no podía salir de sus ojos, ella no dejaba de mirarme, pero hechizado, todavía sin respirar, me acerqué y retiré suavemente el cuerpo de la muchacha salvadora y lo dejé al lado de aquella hipnótica sirena. Y ocupado en esa tarea cometí el desliz de desviarme por un segundo de la autopista de sus ojos y mirar a la cara de la muchacha. Y aquel fue el tercer sobresalto importante de la tarde: ella era exactamente igual a la mujer tendida a su lado. No del todo. Había una diferencia apreciable entre ambas: la edad. La muchacha que había aplicado los primeros auxilios debía tener unos quince años y el ángel que no apartaba su mirada de mí, debía de tener ocho o diez años más, ya había alcanzado toda su madurez. Pero las dos eran ella, lo hubiese jurado. No eran hermanas y herederas de unos genes poderosos, de eso estaba absolutamente seguro. Algo en mi interior me decía que eran la misma persona y que yo estaba asistiendo a un milagro, un misterio de la naturaleza o quizás una aberración, y que en cualquier momento una de ellas desaparecería y se impondría la realidad a aquella especie de sueño en la que yo, de alguna manera, me hallaba inmerso. Mientras me aseguraba de que la muchacha también respiraba, de que ambas se encontraban bien, recé mentalmente para que no desaparecieran las dos a la vez de este mundo y me dejaran más solo de lo que nunca había estado. Es como si estuviera viendo un cuadro, un cuadro maravilloso. Es un motivo precioso para plasmar en un lienzo. Pero no sé pintar, carezco de talento. Talento que sí tengo para reconocer la belleza y disfrutar de las obras de arte. Y ésta lo es, sin duda. Lo he visto todo, con la perspectiva que me da la distancia y la edad, con esta hermosa puesta de sol que le da un barniz de oro: la mujer arrastrada por las olas, una especie de princesa antigua vestida enteramente de blanco, semitransparente a consecuencia del agua; la muchacha que parece su doble o su hija o su hermana, no sé, tal vez es ella misma que corre para salvarla, que la salva, que se desmaya, que cae encima de ella; el joven, conmovido por la belleza del instante primero, su sobresalto después, la preocupación en su rostro al acercarse a las mujeres, la mirada de absoluto enamoramiento al quedarse prendado de la chica recién salvada y, finalmente, su perplejidad al encontrarse a las dos mujeres iguales. ¿Alguien sería capaz de pintarme este cuadro?
Me desperté, te despertaste, apareciste de la nada, me has salvado, te salvé, como una Diosa acabada de nacer, ¿qué ha pasado?, tu cuerpo, en la playa, arrastrado por las olas, hecho de agua, no recuerdo nada, te vi y corrí, os vi y corrí, tú eres yo, lo sé, es un enigma indescifrable, es como mirarme a un espejo que me devuelve la imagen de hace diez años, ¿así seré yo dentro de diez años?, me produce extrañeza todo esto, he rezado, no quiero que os vayáis, no quiero que esto se acabe, has venido para salvarme, yo lo siento así, creo que sí, me parece que estás en lo cierto, no sé si estáis, si formamos parte de un cuadro, si somos pintura de colores mezclada suavemente por una mano firme en un lienzo, ¿alguien nos está soñando?, quizás hemos caído en un pliegue del tiempo, quizás se ha caído el tiempo, no sé adónde voy, no sé de dónde venía, no sé que haré si te vas, si os vais, parece que el tiempo se ha parado, este momento se alarga indefinidamente, el cielo, el cielo está igual, es la perfección hecha atardecer, el sol no se esconde, si lo hace te irás, y me quedaré sola, sin mi salvadora, siempre estaré contigo, soy tú, no estarás sola yo permaneceré contigo hasta el final de los tiempos, lo juro por ella, no llores, esta vida no tiene sentido sin ti, estoy tan triste, no estés triste, cada segundo que pasa sé algo más y me queda un segundo menos, el sol nos está abandonando y tú te estás deshaciendo en agua, ¿por qué, para vivir yo, tienes que morir tú?, no voy a morir, voy a vivir en ti, es lo que vine a hacer, vine a salvarte, a salvarme, ahora lo sé, te veo cada vez más borrosa, eres un hada, tus contornos se difuminan, tus ojos son como estrellas vivas a pleno sol, abrázame, adiós a los dos, cuídala, cuídame, no nos dejes, jamás lo haré, se ha convertido en agua de mar, ese fue su abrazo en azul de mar, cógeme, estoy aquí, estás empapada, soy yo misma mezclada con mis lágrimas, no te has ido, soy tan feliz, ella se fue, ella está en ti, ella eres tú, eres un milagro y te quiero, ella nos ha unido, yo estaba muerta y me salvó, y nos salvó, nos soñó y nos ha dejado unidos en tierra firme mientras que ella se hizo mar.